Caprichos del monarca

Por: Adriana Dávila Fernández

Diputada federal

A poco más de dos años de esta administración, es lamentable que lo único que ha funcionado a la perfección sea la división y el enfrentamiento entre «leales y golpistas«. No está por demás decir que se ha dedicado a destruir bienes, programas y servicios públicos de administraciones pasadas; a justificar los errores de ineficientes colaboradores, a quienes aplaude y premia mientras la ineptitud ha cobrado muchas vidas; a esconder la corrupción de su equipo cercano y familiares; a preparar conferencias matutinas con mentiras, ofensas y descalificaciones. Cada día ha contribuido al caos y la desesperación.

Con la obsesión de encabezar un «proyecto transformador«, en los hechos se hace evidente la negación de los problemas nacionales y la realidad indica que éstos estallan, uno a uno, como el transformador del Centro de Control del Sistema de Transporte Colectivo Metro de la Ciudad de México, que por falta de recursos para las tareas de mantenimiento y en nombre de la austeridad, ha afectado a millones de usuarios. Así, de forma similar, hemos sido afectados las y los mexicanos.

La intención «transformadora» se incendia y se expande peligrosamente, sin que nadie del gobierno se atreva a poner un alto a esas llamas que perjudican y causan dolor a las víctimas de los actos y omisiones de una autoridad que evade su responsabilidad.

En consecuencia y por desgracia, tenemos un país inmerso en una crisis de salud pública, con más de 146 mil defunciones por Covid 19; no se puede ocultar la saturación de los servicios clínicos, hospitalarios y funerarios, ni la desesperación de cientos de miles de familiares por el luto de sus seres queridos. Ahora hasta se juega con la esperanza de la vacunación, se esconde información que debería ser transparente, y se lucra electoralmente con las vacunas que, por cierto, son insuficientes para el grueso de la población.

A esto se suma el incremento exponencial de cifras de fallecidos por la desatada violencia que hoy invade muchos rincones de la República Mexicana. Y qué más se puede decir del deterioro económico nacional, en el que millones han perdido sus empleos y hacen urgentes llamados de ayuda al gobierno federal. Se trata de problemas que solo demandan la atención serena del inquilino de Palacio Nacional para tomar decisiones de bien común. Pero los datos indican que no hay espacio para una política pública que atienda y resuelva los graves y complejos pendientes que enfrentamos un día sí y otro también.

Y mientras padecemos estas deficiencias, desde el púlpito presidencial solo emanan rencor y odio para señalar al pasado como culpable de incongruencias, erratas y omisiones actuales; tal es la frustración del primer morenista de México ante la evidente pérdida de la confianza ciudadana, producto de la soberbia, incongruencia y falta de resultados favorables para las familias mexicanas, que no escatima esfuerzos ni pensamientos para asumirse como monarca del reino AMLOísta, quizás porque está instalado en un palacio que ya considera suyo.

Se rehusa a rendir cuentas y solo exige el cumplimiento de sus órdenes. En el absurdo, apela a las emociones del pueblo para que sea solidario con su causa, leal a su sinrazón, sin cuestionamientos ni opiniones. Su preocupación es tener cada vez más poder y más dinero para sus caprichos: construir un tren en el sureste mexicano, aunque detone desastre ecológico; una refinería inservible, aunque no se garantice su óptima operación; un aeropuerto con debilidades técnicas, aunque comprometa la seguridad de los viajeros; un campo de béisbol, aunque descuide la salud del personal médico en esta emergencia sanitaria, que parece no tener fin. Solo una reacción colectiva, efectiva y democrática el próximo mes de junio podrá detener los caprichos del monarca.

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