La semana de los 50 mil

Adriana Dávila Fernández

El 18 de marzo de este convulso 2020 se registró oficialmente la primera muerte por Covid-19. En menos de 5 meses, México llegará a la preocupante cifra de 50 mil fallecimientos, sin tener claridad de cuándo se alcanzará el pico, mismo que, por cierto, fue pronosticado desde mayo y nada más no ha llegado.

Para esta administración, este número de decesos es resultado de haber domado la pandemia, lo cual es muestra de una triste insensibilidad que no tiene justificación alguna. Lo cierto es que esta emergencia sanitaria refleja que para el gobierno este acontecimiento no ha sido prioritario, ya que no ha sabido proteger ni la vida ni la economía de las y los mexicanos.

A mediados de mayo, nuestro país superó a China -que con 1,339 millones de habitantes fue origen del nuevo virus mortal-, en el número de fallecimientos: en ese entonces alrededor de cinco mil decesos y 49,200 contagios a nivel nacional. Esto significa que, en menos de 3 meses, ambos casos prácticamente se multiplicaron por 10, sin tomar en cuenta los cálculos realizados por la insuficiencia de pruebas aplicadas y el subregistro de otras causas de muerte en los certificados de defunción, porque no existe evidencia que descarte que también fueron provocadas por Coronavirus.

El gobierno se siente tranquilo porque, desde su punto de vista, los hospitales no han sido saturados. Omiten reconocer que la primera recomendación, ante síntomas determinados del Covid 19, lo primero es aislarse y quedarse en casa. Se cuentan por miles los casos de personas que llegaron a los centros de atención, pero ya no tuvieron posibilidad de ser atendidos, porque fue muy tarde.  Miles de casos de neumonía atípica que no contaron con una prueba clínica para descartar el virus. La mayoría de las personas tienen miedo de asistir a un hospital por temor a contagiarse. Para desgracia de la salud pública, en este mes de agosto tenemos un incremento sostenido.

Hemos aprendido, en esta nueva normalidad, que los números han dejado de ser eso, simples números o estadísticas, para convertirse en historias de familiares, amigos, vecinos, conocidos, que hoy ya no están y son parte de las fatalidades que hoy lamentamos.

Que en lugar de honrar memorias, se justifican las causas: era un paciente que era diabético  o falleció porque era hipertenso o tenía tal o cual enfermedad…   Y no.  Eran personas que su vida se interrumpió y hoy hacen falta en su entorno familiar.

En medio de la incertidumbre y de una sociedad polarizada -que es lo que ha hecho muy bien esta administración-,, nos dividimos entre los que usamos cubrebocas y atendemos las recomendaciones para cuidar a los demás y los que se niegan a seguir las necesarias medidas.  Es lamentable reconocer, a la luz de los datos duros, que la ausencia preventiva en un número significativo de habitantes, ha propiciado el aumento de contagios.   Quizás este segundo grupo quiere atender las palabras iniciales del subsecretario de Salud, quien desde el principio argumentó, de manera muy pragmática, que lo ideal sería adquirir Coronavirus «porque casi como la mayoría de las personas, se van a recuperar espontáneamente y van a quedar inmunes«, declaración que hizo sobre la conveniencia de que el presidente se contagiara.

Entre nosotros nos miramos con desconfianza. Hoy se tiene tanto temor por ser asaltado como por evitar que alguien en la calle estornude cerca de nosotros. Así vivimos porque no hay una acción efectiva del gobierno. Nos sentimos huérfanos, mientras la autoridad se arrincona para hablarle a los suyos, de lo que a su parecer, es «domar o controlar» la epidemia.   Quiérase admitir o no, el subsecretario ha actuado con una total negligencia que se cobija bajo el manto -impunidad- presidencial, mientras que para la población, se trata de una semana muy, muy difícil.

 

 

 

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