Arthur Alexis Guyot C.
En los últimos años, la relación entre México y Estados Unidos ha transitado por una cuerda floja. De los discursos de cooperación y respeto mutuo en tiempos de Barack Obama o incluso con George W. Bush, hemos pasado a una narrativa cada vez más agresiva y unilateral por parte de algunos sectores del gobierno estadounidense, particularmente bajo la influencia de Donald Trump y su entorno. Aunque claro que sabemos que una cosa siempre han sido los discursos y otra muy distinta la política migratoria, esto haciendo referencia al mismo ex presidente Obama.
Dos eventos recientes reflejan con claridad el momento crítico que vive esta relación bilateral: la declaratoria de culpabilidad de Ovidio Guzmán López, hijo de Joaquín «El Chapo» Guzmán, en una corte estadounidense, y las declaraciones de Pam Bondi, fiscal general y aliada de Trump, durante una audiencia del Comité de Gastos del Senado, donde llegó al extremo de mencionar a México junto a Irán, Rusia y China como “adversarios extranjeros”.
Ovidio Guzmán y el fentanilo: el discurso de la culpa exportada
El caso de Ovidio Guzmán ha sido utilizado como una muestra de “cooperación efectiva” entre ambos países, tras su captura en México y su posterior extradición. Sin embargo, el enfoque mediático y político que ha recibido su reciente declaratoria de culpabilidad ha tenido menos que ver con la justicia transnacional y más con alimentar un discurso que responsabiliza casi exclusivamente a México, haciendo énfasis en un narco- estado permisivo por la crisis del fentanilo en Estados Unidos.
Aunque es cierto que grupos criminales mexicanos participan en la elaboración y distribución de esta sustancia, cuya letalidad ha dejado más de 70,000 muertes anuales en
EE. UU. omitir la responsabilidad del mercado estadounidense, su demanda creciente, sus cadenas logísticas internas y la corrupción institucional que lo permite, es simplificar peligrosamente el problema.
Estados Unidos no solo es el mayor consumidor de opioides del mundo; también posee uno de los sistemas más permisivos para la distribución de precursores químicos, muchos de ellos provenientes de Asia y procesados en territorio norteamericano. La narrativa que reduce la complejidad del tráfico de fentanilo a un “problema mexicano” favorece el populismo punitivo y deslegitima los esfuerzos conjuntos que podrían construirse desde un enfoque de salud pública y cooperación binacional.
¿México, una amenaza para EE. UU.?
Pero más grave aún fue el comentario de Pam Bondi durante su intervención en el Senado estadounidense, cuando incluyó a México en una lista de “adversarios” junto a potencias con claras posturas geopolíticas confrontativas hacia EE. UU., como Irán, Rusia y China.
Bondi, representante del discurso duro del trumpismo, dijo sin rodeos: “Trump lo ha dicho alto y claro: ¡No nos dejaremos intimidar y mantendremos a Estados Unidos seguro! No solo de Irán, sino también de Rusia, China y México”. Esta declaración no solo es ofensiva e injusta; es también peligrosa y carente de toda perspectiva diplomática, más preocupante aún, recordando el ataque militar a Irán de hace unas semanas.
Durante décadas, la relación México–EE. UU. ha sido de profunda interdependencia; comercial, social, cultural y migratoria. Tratados como el T-MEC, la cooperación en seguridad y la colaboración en materia migratoria han sido claves para ambos países. Equiparar a México con países sancionados por el propio gobierno norteamericano, en lugar de verlo como un socio estratégico, es un retroceso alarmante que pone en riesgo no solo la diplomacia, sino la estabilidad regional.
Entre la retórica y la realidad
Es urgente replantear el discurso que ciertos actores políticos estadounidenses han adoptado respecto a México. Si bien es válido exigir corresponsabilidad en temas como el narcotráfico o la migración, hacerlo desde la amenaza, el prejuicio y la criminalización no solo es ineficaz, sino que mina las posibilidades de una relación respetuosa y funcional.
México no es un adversario. Es un vecino, un socio, y en muchos casos, un aliado. Las elecciones presidenciales de 2024 en Estados Unidos marcarán sin duda el tono de los próximos años en esta relación bilateral. Lo deseable es que la razón supere al populismo, y que la cooperación prevalezca sobre la confrontación.