Marco Antonio Ferriz Z.
El Partido Movimiento de Regeneración Nacional (Morena) se convierte, con todo el conocimiento de sus dirigentes, en una copia fiel del Revolucionario Institucional (PRI). No era para menos considerando que gran parte de su militancia viene de ese instituto político. El propio presidente Andrés Manuel López Obrador tiene raíces priistas y lo mismo la gobernadora Lorena Cuéllar Cisneros.
Así que Morena no puede sino comportarse como el PRI, al que los morenistas tanto criticaron por sus métodos antidemocráticos en la selección de sus candidaturas a los cargos de elección popular, y por la verticalidad con la que actuaban sus dirigentes exigiendo siempre obediencia ciega a sus legisladores. Eso sucede a nivel nacional y a nivel local.
Cuando la competencia electoral empezó a echar raíces, la obediencia ciega desapareció. Muchos militantes priistas se hicieron de candidaturas importantes dentro de otros institutos políticos y ganaron elecciones. Fue el caso, por ejemplo, de Alfonso Sánchez Anaya y Héctor Ortiz Ortiz, quienes en su momento fueron postulados por el PRD y el PAN, respectivamente.
El caso se repite ahora con Lorena Cuéllar Cisneros, sólo que más acentuado porque, a diferencia de Sánchez Anaya y Ortiz Ortiz, la gobernadora tiene el control del partido y con ello, las candidaturas.
Uno de sus leales, Víctor García Lozano, es ya dirigente estatal de Morena. Y aunque por más que se quiera precisar que su nombramiento es como delegado en funciones de presidente, desde ahí puede fácilmente operar para que la próxima dirigencia sea cercana a la mandataria estatal. Él mismo puede ser el beneficiario.
Sin embargo, por la experiencia que PRD y PAN tuvieron en su momento, eso debiera poner en alerta a los morenistas, particularmente porque desde las altas esferas nacionales ya se prepara toda la maquinaria partidista y gubernamental para respaldar la candidatura de la jefa de Gobierno de la Ciudad de México, Claudia Sheinbaum, a la presidencia de la República.
El peligro que a nivel nacional existe por los posibles rompimientos de Marcelo Ebrard y Ricardo Monreal, debido a una imposición que ya se ve venir, puede desgranarse en las entidades federativas.
La cuestión de fondo es que Morena no está implementando métodos democráticos en la selección de sus candidaturas. En Tlaxcala las imposiciones se dieron con descaro durante el pasado proceso electoral en la definición de las candidaturas a ayuntamientos, diputaciones locales y la misma gubernatura. No fue la unidad lo que prevaleció en esas definiciones, y si Morena y sus aliados ganaron los comicios, fue más por un efecto lópezobradorista que aún continúa, y en el estado con mayor énfasis.
Si el método antidemocrático de las encuestas se repite, como todo parece indicar por la línea presidencial que ya se dio al avalar los dichos del dirigente nacional moreno, Mario Delgado, en el sentido de que la candidatura presidencial se definirá por encuesta, habrá un peligro de escisión. Ya lo hay y eso mismo puede reproducirse en Tlaxcala. Por eso no es buena señal la llegada, por la forma en que se dio, de Víctor García Lozano.
De la verticalidad que hay de los representantes populares, qué más puede decirse si la línea de la gobernadora se obedeció ciegamente en el caso de la designación, en el Congreso local, de Ernestina Carro Roldán como procuradora General de Justicia, y de Fanny Margarita Muñoz Montes como magistrada del Tribunal Superior de Justicia del Estado (TSJE).
Los legisladores y las legisladoras locales aprenden bien de lo que observan en el Congreso de la Unión. Sin embargo, todo ello representa un desgaste que la figura de López Obrador esconde por ahora. Ojalá el desencanto ciudadano no se mayúsculo porque con razón dirán que todos los partidos son iguales. Y eso es altamente peligroso para la democracia.