Lunes 17 de febrero de 2020
En el mundo loco y agresivo en el que vivimos, pasan cosas espantosas como la muerte de personas por hechos violentos o injustos, y sólo menciono la muerte de muchas miserias porque es la que definitivamente no tiene remedio, debido a guerras, hambrunas, pobreza, falta de salud, política, delincuencia, estupidez humana, etc.
Se trata de muerte física, de perder absolutamente la conciencia y el cuerpo. Pero hay otro tipo de muertes, otras que duelen no sólo a quien la sufre; a veces también a su familia, a veces también al mundo.
La muerte del alma, por ejemplo por abuso sexual, con todo lo que implica, sus consecuencias a corto y a largo plazo; las secuelas de cualquier conducta sexual mantenida entre un adulto y un menor, que más que la diferencia de edad, implica y define la diferencia de poder entre los implicados y la presencia de coacción; a veces sin violencia o intimidación, pero siempre atentan contra la libertad sexual de una persona, mayor o menor.
Cuando esta semana leí que un sacerdote católico en Estados Unidos dijo que «la pedofilia no ha matado a nadie, pero el aborto sí»; como a muchos, me causó enojo; me resulta difícil creer que alguien con formación en la fe y se supondría -en la bondad-, pueda defender y perdonar actos que provocan en otro ser humano, cambios de conducta tal, que pueden llevarlo al suicido. ¿No mata?
Para no ir lejos, en México, casos y casos que se quedan sin castigo, ejemplo de muchos y muchas que lo sufren pero a veces por miedo a denunciar, otras por un sistema judicial inepto, y otras más por complicidad, quedan en la impunidad.
No en toda la República Mexicana, la pederastia se considera delito, y aún cuando pasara, falta mucho trecho por recorrer para ver a los responsables con un castigo.
«Las enseñanzas nos dicen que el aborto es malo» dice el hipócrita… pero, yo creo que si, la pederastia también mata, con mayor agonía, con más dolo.
Gracias por leerme en este espacio; hasta la próxima si no pasa otra cosa.
América Montoya