No es lo mismo

Por: Adriana Dávila Fernández

Diputada federal

Después de dos semanas de estar ausente en las conferencias matutinas, el presidente reapareció el pasado lunes. Con vigor y fuerza -contrario a lo que se pensaba-, retomó la narrativa de polarización cuando una reportera le preguntó si se daría  un cambio en la estrategia sanitaria contra Covid-19, ya que, desafortunadamente, los decesos no ceden, y si tras su experiencia, utilizaría el cubrebocas, para dar ejemplo a la población de las medidas que deben extremarse en estos momentos.

Es una pena constatar su resistencia permanente a ejercer el cargo de Presidente de la República y empeñarse en ser jefe de un movimiento político, cuyo interés se centra en los discursos que justifican decisiones erróneas que han afectado a más de 170 mil familias que hoy están de luto.

Y todavía se aventura a comparar su circunstancia con la de cualquier persona que sale a trabajar día a día. Dice que se contagió «porque tengo que trabajar, como millones de mexicanos… ni modo que me quedara todo el tiempo encerrado. No se puede vivir encerrado…«

Es lamentable que el responsable del gobierno federal no mida sus palabras. No es lo mismo ser titular del Poder Ejecutivo, enfocado a preparar conferencias matutinas, que una persona del pueblo que sale a trabajar, bajo el constante riesgo de contagio. Para empezar, no todos los enfermos tienen la facilidad de habilitar un espacio hospitalario, en este caso Palacio Nacional, para ser atendidos, ni de contar, según la versión presidencial, con un equipo de médicos, encabezado por el secretario de Salud, incluidos cardióloga, neumólogo, internista, infectólogo y personal de enfermería, y además, un médico militar.

Ni él ni su familia tuvieron que peregrinar desesperadamente de un hospital a otro para encontrar una cama disponible, o de conseguir o cargar tanques de oxígeno, o de contar con los medicamentos necesarios y oportunos para tratar la enfermedad. Tampoco tuvo que esperar, por lo menos un mes para que le programaran una radiografía de pulmón o tener consulta con los especialistas. Lo que sí tuvo es toda la atención médica y la disponibilidad de muchos para seguir cuidadosamente la evolución clínica de su caso. En nada padeció la triste realidad de la saturación de los centros Covid, con enfermos en los pasillos, personal agotado, sin suficiencia de equipo y material. No, definitivamente no es lo mismo.

A él le administraron un protocolo antiviral desarrollado en el Instituto Nacional de Nutrición que, afortunadamente tuvo buenos resultados pero, por desgracia, no está disponible para el resto de los infectados. El presidente, por ser presidente, tuvo el privilegio de tener todos los servicios en el espacio clínico dispuesto al interior del palacio y de que sus familiares no padecieran la angustia de tener información sobre su estado de salud.

Por eso, no es lo mismo para el mandatario compararse con millones de personas que salen a buscar el sustento para llevar comida al hogar y que deben cuidarse, utilizar las mascarillas, lavarse con frecuencia las manos y guardar sana distancia. No cae en la cuenta de que con sus dichos y sus hechos, hace una clara invitación a que se desconozcan estas medidas para protegerse y evitar contagios; su ejemplo y el del subsecretario de salud al no usar cubrebocas, hace que muchas y muchos se resistan a seguir estas reglas; total, si la autoridad no los usa, por qué obligarlos a ellos. Así es como se vuelven laxas las medidas sanitarias y el resultado es que la pandemia está fuera de control.

Todo parece indicar que el presidente no tiene lecciones aprendidas de la enfermedad contraída. Sigue ajeno al dolor que él sabe que es evitable, y para ello se requiere un cambio en la estrategia. Basta ya de palabras triunfalistas.

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